Vecinos de la Tupac Amaru de Monterrico le pusieron voz al frío y a la espera: “No pedimos lujos, solo dignidad”
La mañana se abrió con un cielo bajo, casi de plomo. San Salvador de Jujuy amaneció cubierto por una bruma espesa y un frío que calaba los huesos.
Reclamo de vecinos de la ciudad de Monterrico
La llovizna fina caía sobre los árboles de Plaza Belgrano, y en medio de ese cuadro gris, un grupo de hombres y mujeres comenzó a reunirse frente a Casa de Gobierno.
Eran los vecinos del barrio la Tupac de Monterrico, más precisamente del sector La Ovejería, que llegaron hasta la Capital para hacer visible una realidad que, según ellos, lleva años silenciada.
A las diez y media, los primeros paraguas se abrieron sobre la explanada húmeda. Algunos vecinos extendieron una lona para protegerse de la llovizna; otros improvisaron carteles escritos a mano, con frases cortas pero contundentes. No había bombos ni banderas políticas. Solo la presencia serena —aunque cargada de cansancio— de familias que pedían lo básico: ser escuchadas.

“No pedimos lujos, pedimos dignidad”, dijo al micrófono de Las 24 Horas de Jujuy Mónica Hualpa, referente barrial y una de las impulsoras del reclamo. Su voz sonó firme, pese al viento que arrastraba gotas heladas. “En La Ovejería hay muchas familias que no la están pasando bien. Necesitamos obras, asistencia y trabajo. Queremos progresar, pero sentimos que el Estado nos olvidó”.
A su alrededor, el paisaje era una mezcla de resignación y esperanza. Mujeres con termos y mate cocido, hombres con camperas empapadas y chicos con gorros de lana que se refugiaban en los brazos de sus padres. Algunos vecinos habían llegado desde temprano, otros se sumaban de a poco, viniendo en colectivos o autos compartidos. Todos con el mismo propósito: que su voz no se pierda en el ruido del tránsito del centro jujeño.

Ramón Ortega, vecino del barrio, se acercó también al micrófono. Su relato fue directo: “Las calles del barrio se vuelven ríos cuando llueve. Los chicos no pueden salir a la escuela, los autos se quedan. Todo lo arreglamos nosotros, con nuestras manos. Pero hace años que esperamos una respuesta concreta.”
Ortega bajó la mirada un instante, respiró hondo y agregó: “No queremos peleas políticas, queremos vivir dignamente. Eso es todo.”
Mientras tanto, un grupo de mujeres repartía pan casero entre los presentes. “El frío se combate compartiendo”, comentó María Quispe, que lleva quince años viviendo en La Ovejería. “Vinimos con respeto, pero con dolor. Hay vecinos que no tienen techo firme, que sufren cada lluvia, y no queremos seguir esperando promesas que nunca se cumplen. Venimos a pedir lo que nos corresponde”.

El viento sacudía los árboles de la plaza. La llovizna se intensificó por momentos, pero nadie se movía. Las palabras de los vecinos se mezclaban con el murmullo del tránsito, con las sirenas lejanas, con el sonido metálico del agua cayendo sobre los techos de los kioscos.
“Es duro dejar el barrio y venir hasta acá, pero sentimos que no hay otra salida”, contó Carina Fernández, madre de tres hijos. “Yo trabajo en casas de familia y mi marido hace changas. A veces no alcanza ni para el colectivo. Queremos un futuro mejor para los chicos, para que no se repita la historia”.
Cerca del mediodía, algunos transeúntes se detuvieron a escuchar. Una señora ofreció una bolsa con galletas. Un joven oficinista, camino al trabajo, dejó un termo con agua caliente. Pequeños gestos en una mañana fría que mostraban, entre tanto desánimo, un hilo de humanidad que todavía late en la ciudad.
Entre los presentes, Luis Choque, otro de los vecinos, habló con serenidad, pero con tono decidido: “Nos cansamos de esperar. Promesas hubo muchas, visitas también, pero soluciones ningunas. Vinimos sin banderas porque esto no es político. Queremos que nos miren a la cara y que alguien del Gobierno se acerque, nada más”.
Detrás suyo, un cartel sostenido por dos jóvenes decía: ‘Somos familias, no estadísticas’. La frase, escrita con marcador negro sobre una cartulina gastada, resumía el espíritu del reclamo.

La concentración se mantuvo pacífica durante toda la mañana. Algunos vecinos compartían mate, otros cantaban en voz baja para mantenerse animados. No hubo cortes, ni gritos, ni agresiones. Solo paciencia, esa paciencia aprendida de los años y del barro del barrio.
Algunos niños jugaban cerca del mástil, riendo entre los charcos. Esa imagen —de inocencia en medio de la protesta— parecía condensar todo: el motivo por el que estaban allí.
Pasadas las once y media, Mónica Hualpa volvió a hablar, esta vez con una mezcla de emoción y cansancio: “Queremos que el gobernador nos escuche, que alguien nos reciba. En La Ovejería vive gente trabajadora, gente que pelea todos los días para salir adelante. No pedimos nada imposible: agua, cloacas, calles, oportunidades”.
Su voz se quebró apenas al final, pero enseguida retomó fuerza: “No queremos lástima, queremos derechos”.
A lo lejos, frente a Casa de Gobierno, las puertas permanecían cerradas. Un guardia observaba la escena en silencio. Los vecinos, sin perder la calma, aguardaban una señal, una respuesta que no llegó durante esas horas.
El doctor Jorge Luis Torres, asesor legal de los vecinos, también tomó la palabra ante los micrófonos. “Estamos acompañando este reclamo porque entendemos que hay una deuda histórica con este barrio. Se han presentado notas y pedidos formales. Ahora solo resta esperar que el Gobierno abra una mesa de diálogo. Las familias no quieren conflicto, quieren soluciones concretas”.
Mientras el reloj marcaba el mediodía, el cielo seguía gris, sin promesa de sol. La llovizna, aunque leve, no cesaba. Pero nadie parecía apurado por irse. Algunos se sentaron en los bancos mojados, otros siguieron conversando en grupos pequeños. Había una sensación de comunidad, de unión ante la adversidad.
A esa hora, los vecinos de la Tupac de Monterrico llevaban ya más de dos horas firmes bajo el frío, resistiendo al clima y al silencio institucional. “Nos quedamos hasta que nos escuchen”, dijo uno de ellos, ajustándose la campera. “Somos muchos y tenemos paciencia, pero también tenemos memoria”, agregó
Finalmente, poco a poco, la plaza fue recuperando su ritmo habitual. Los colectivos retomaron su paso constante, el tránsito volvió a sonar y los últimos vecinos recogieron sus carteles mojados. Sin embargo, el eco de sus palabras quedó flotando en el aire húmedo, entre los árboles y las estatuas: un pedido de justicia, de trabajo, de dignidad.

Por Nicolás Agustín Casas
– Para Las 24 Horas de Jujuy
