Ocho investigadores argentinas de hoy que revalorizan a 16 naturalistas, sus antecesoras
Es una mañana soleada en la ciudad y un grupo de científicas se reúne para pensar algo bien puntual. Sí, son colegas y van a hablar sobre trabajo, pero con un pie en otro aspecto. Desde donde están, en ese lugar tan rodeado de verde como es la cercanía al Parque Centenario, detienen sus tareas de siempre –que incluyen más verde y especialidades sobre la flora, la fauna, la vida sobre la tierra–, para hablar de otras como ellas.
Entonces, ese día, desde un rincón del Museo Nacional de Ciencias Naturales donde trabajan, aparece una pregunta: ¿no tenemos nada para decir el 8 de Marzo? Las respuestas a esa pregunta generaron diferentes encuentros y charlas sobre mujeres de ciencia que pasaron por el museo: un ciclo que llamaron Pioneras. Y, además, la edición de un libro, que acaba de publicar editorial El Ateneo: Naturalistas. Historias de mujeres científicas, talentosas y rebeldes.
Las cuatro de Melchior: quiénes fueron las primeras argentinas en liderar una expedición antártica
En las 281 páginas de ese libro, la cosa se ordena así: son 8 mujeres que cuentan a otras 16; las primeras retratan a las segundas. También podrían pensarse como las contemporáneas que recuperan a las que iniciaron el camino. Todas, las 24, son chicas del museo. Porque las pioneras fueron las que comenzaron (a principios del siglo pasado), no solo el camino académico o de investigación, sino también, y en muchos casos, esos trabajos meticulosos de manos delicadas que iniciaron y ordenaron colecciones, las que aún hoy se consultan, estudian. O las que escribieron con caligrafía perfecta las etiquetas de los frascos –con cosas adentro–, a la par de su clasificación. Las que dibujaron, nivel detalle a lo Da Vinci, plantas, arañas, peces. Y están las primeras que pisaron la Antártida en 1968, con nada de abuelitas de otras épocas y sí fundacionales de su tiempo.
El libro refleja los trabajos y las vidas de esas pioneras. Esto permite unir lo que cada una hizo con una cara, una foto de cuerpo entero, instantes de laboratorio, y así. Una forma de recuperar un patrimonio, un sentido de identidad. Saber y ver quiénes fueron, qué hicieron y cómo. Soledad Tancoff, conservadora y restauradora de bienes culturales, también autora del libro junto a sus siete colegas, dice: “No sabíamos que iba a ser un ciclo, lo hicimos para homenajear a una mujer que este año cumple 102 años, una geóloga de la institución, a quien dedicamos el libro. Nos inspiró muchísimo. Fue ella a la que se le ocurrió el nombre Pioneras”.
Ordenado según los rubros, se puede empezar a leer y saber sobre las 16, divididas por capítulos. El primero es “Un viaje (in)esperado” y cubre a las cuatro que viajaron a la Antártida en 1968. En el segundo, el foco está en dos científicas, “Las anatomistas”. Capítulo tres, y tres damas, “Las botánicas”. El siguiente, el cruce enriquecido entre bellas artes y ciencia y las cuatro artistas de “Las ilustradoras científicas”. En el final, las últimas tres damas para “Las aracnólogas”.
La investigación estuvo a cargo de las ocho colegas contemporáneas. Mujeres relatando la vida de mujeres, y esto no es solo una recuperación de patrimonio, es también una reflexión, en tiempo presente, sobre las cuestiones de género, los lugares de poder, los roles en las familias, en los ámbitos académicos y científicos, en el pulso mismo de la vida. Sobre esto, una de las autoras, Daiana Ferraro, bióloga, dice: “Algunas de las mujeres habían pasado desapercibidas. No habíamos encontrado ni una sola foto”.
Para dar con parte del material fotográfico que el libro tiene, recurrieron a diferentes archivos y al patrimonio familiar de cada una de las retratadas. Para ponerlo en perspectiva, hay que tener en cuenta que el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” se inicia en 1812, cuando el Primer Triunvirato comienza con el acopio de materiales para empezar con un museo en esta materia. Y en esos 212 años de la institución que hoy funciona en Av. Ángel Gallardo 470, esta investigación pone en primer plano a aquellas que fueron parte constitutiva.
Sobre el lugar de la mujer en este mapa, Ferraro agrega: “Si uno piensa en la ciencia en términos generales en el país, siempre fue difícil el acceso para las mujeres a medicina, biología, a las diferentes carreras. Si bien hoy accedemos a las universidades o a cargos en Conicet en situación de paridad, eso sucede en los cargos más bajos. En las categorías superiores no es así. En la academia persisten aún muchos sesgos de género. Si bien hay cosas en las que se avanzaron, en muchas otras, no”.
Sobre la necesidad de resaltar la importancia de contar las vidas y de qué manera el hecho de haber sido mujeres no les otorgó el lugar ajustado que quizá merecían, otra de las autoras, Laura Chornogubsky, bióloga, subraya: “Este libro lo encaramos desde sus vidas, pensando en sus carreras. Y hay otra cosa que tiene que ver con cómo se mide la producción. Hubo mujeres, que están en este libro, que no hicieron una gran cantidad de publicaciones científicas; se encargaron de las colecciones, tradujeron textos: hicieron un montón de cosas que tienen que ver con el orden, la coordinación. Cuando las medidas del éxito científico se toman desde un lugar como el número de cosas, las mujeres muchas veces quedan afuera”.
Las mil y una vidas
Las ocho científicas que escribieron Naturalistas tienen recorridos académicos, especializaciones, doctorados: academia e investigación. Coinciden en que fue clave la idea de unir obra y vida de cada una de las 16 apasionadas. Eso que se entiende al ver el material (las fotos son un capítulo aparte): a las pioneras las movió el amor por lo que hacían. El libro, desde su prólogo, abre de este modo: “A lo largo de la historia, las mujeres fueron conquistando áreas en la sociedad que les estaban vedadas”. Y un poco más adelante, una nueva reflexión: “Algunas se atrevieron a desafiar los estereotipos que las limitaban al lugar de esposas y madres”.
Todas ellas, las 16, pasaron por el Museo. Trabajaron un tiempo breve o añares. Para entender de qué tiempos se habla, una cronología las organiza: empieza con Irene Bernasconi, que entró al Museo en 1921 y terminó en 1986. Sí, una vida allí. Sigue por Berta y Rita, que ingresaron en el mismo año, 1929, y trabajaron juntas hasta que una murió en 1976 y al año siguiente la otra. El arco temporal termina con María Luisa Marín, desde 1972 hasta 1993. En medio, las otras doce mujeres. Al ver sus vidas, el libro es algo así como un pariente de Las mil y una noches, por eso de que en las narraciones de Sherezade, una historia llevaba adentro otra historia, que anudaba en otra, y así.
“Un viaje (in)esperado” es el capítulo dedicado a la primera vez que las mujeres pisaron la Antártida. Conocidas como “Las cuatro de Melchior” (bautizadas así por el destacamento donde se alojaron), estuvieron dos meses y medio ahí. Tres de ellas promediaban los cincuenta y tantos, salvo Irene Bernasconi, que tenía 72. Hay una foto donde están quitando nieve; alrededor, todo es blanco. Por esos años, no había buzos térmicos ni tejidos especiales para el frío, ni siquiera ropa para mujeres, pero usaban la de los hombres. Se dedicaron a armar un laboratorio y a recolectar muestras.
Pujals se dedicó a las algas; Martínez Fontes, invertebrados marinos; Bernasconi a estrellas de mar y Caría a bacterias. “Marcaron un punto de inflexión que condujo a que, año tras año, sean cada vez más las mujeres que dejan su huella en la nieve y el hielo antárticos”, se lee en el libro. Pasaron las fiestas allá, incluso armaron un arbolito. Dentro del capítulo, cada una tiene su apartado. Los títulos tratan sobre la especialidad de cada quien. “Irene Bernasconi, la estrella de los mares del sur”. La foto de su legajo la muestra en 1938 muy joven, con un corte de pelo que bien podría ser de hoy. “Elena Dolores Martínez Fontes, una guía para los invertebrados del mar”. Luego, Carmen Pujals, “Estudiosa de los bosques marinos”. Y luego: “Carmen dedicó gran parte del tiempo a organizar, enriquecer y documentar los ficheros bibliográficos del Museo”. La última, “María Adela Caría, viajera del micromundo”, estudiaba bacterias.
Eran familieras. La mayoría, hermosas y coquetas. Casadas con colegas o solitarias. Sobre el mapa amoroso y social, otra de las autoras, Laura Cruz, bióloga, afirma: “No todas tuvieron hijos. La mayoría de las 16, no. Sí, sobrinos. En esa época había que competir un poco más en el mundo, donde eran todos hombres. Tener familia les quitaba mucho tiempo”.
Para Julia D’Angelo, paleontóloga: “La ilustradora Elena Mouchet dejó el trabajo en el Museo para dedicarse a su familia. Es importante destacar que muchas tuvieron ayuda de otras mujeres de su familia. María Adela Caría también se dedicaba a la ciencia, pero la hermana renunció para poder dedicarse a la madre”. Por su parte, Sofía d’Hiriart, bióloga, asegura: “Carmen Pujals tenía una hermana. Las dos hicieron un pacto, una se quedaba al cuidado de los padres y la otra en el Museo como sostén económico”. De las pocas que armaron familia, Laura de Cabo, bióloga, destaca: “una de estas pioneras se casó con un colega muy encumbrado que murió muy joven. Ella tuvo que hacer frente a mantener a sus hijos siendo una viuda muy joven y sí tuvo el apoyo de su madre. También nosotras tenemos una red de contención, seamos madres o no”.
Elvira Siccardi (estudia los “Incomprendidos” del mar) y Noemí Cattoi (una “guardiana” de los fósiles) son las anatomistas. “Demostraron que la ciencia no conoce de mitos ni supersticiones”, señala el libro. Tiburones para Elvira; Noemí fue la encargada de mudar las colecciones de un edificio anterior al lugar donde está el actual museo. Las botánicas, que son tres, son presentadas así: Carlota Carl de Donterberg, “La Marie Kondo del herbario”. Carolina Panti, también autora y doctora en Ciencias Naturales, dice: “Carlota era una botánica que trabajó acá y casi toda su vida se dedicó a ordenar el herbario. Sufrió dos mudanzas. Ordenar todo eso como para que hoy en día puedas sacar una planta y estudiarla, un trabajo inmenso”. Las pioneras siguen con Gabriela Hässel de Menéndez, “Especialista en los bosques en miniatura” y Evangelina Sánchez, “La dama de las gramíneas”.
Las ilustradoras científicas llegaron con formación en Bellas Artes. Fueron cuatro: Elena Mouchet, “Una detallista de los peces acuarelados”. Claudia Abella de López, “Pintora de la fascinante vida acuática”. La ilustradora que se dedicó a las aves rapaces, Ángela Vezzetti y María Luisa Marín y su mundo de caracoles. “La ilustración científica se diferencia de la obra artística en el propósito, sin embargo, ambas pueden causar emoción”, se lee en el libro.
Por último, Rita Schiapelli y Berta Gerschman de Pikelin, inseparables de las arañas. Y está la última, la descubridora de arañas diminutas, María Elena Galiano. Naturalistas, el libro, una forma de entrar al mundo de la ciencia y al alma de las mujeres que llevaron adelante ese cuerpo a cuerpo con la observación, la planificación, el orden y el detalle. Que no dudaron de sí. Lo escrito en la dedicatoria es, quizá, la mejor síntesis sobre aquéllas, para sumar al hacer de todas: “A las mujeres que desafían expectativas conquistando nuevos espacios”.