Milei necesita pasar a la segunda fase

La dinámica de la política argentina imita el dibujo de un electrocardiograma arrítmico, incapaz de encontrar la armonía y siempre bordeando los extremos.

La intensidad de acontecimientos de los últimos días y las marcas que dejaron permiten concluir en que fue una auténtica semana de lecciones presidenciales, tanto por las clases que Javier Milei se propuso dar, como por las que la realidad le impartió en las calles y en el universo digital, como nunca había ocurrido en estos primeros cuatro meses y medio de mandato. Los aprendizajes y los resultados deberían empezar a verse pronto.

El cierre semanal anticipado con la aprobación del dictamen de comisión para que, finalmente, pueda tratarse la versión acotada y corregida del proyecto de “Ley de bases” y el paquete de reformas fiscales asomó como el valle de una sucesión de picos y escaladas que volvieron a tensar el ánimo social. No hay respiro. Cuatro días bastaron. Pero esto sigue. En las próximas horas y días habrá más capítulos cruciales. En actos políticos y en el Congreso.

La elección del enemigo equivocado

Lo concreto es que el paso dado hacia la aprobación en Diputados de los primeros proyectos de ley del Gobierno que atraviesan esa instancia podrían (y deberían) oficiar de parteaguas para la gestión de Milei y, sobre todo, para comenzar una nueva etapa de concreciones. En lo inmediato, le habrían dejado al Gobierno y, en particular, al Presidente algunas lecciones sustanciales. Por ejemplo, que para gobernar y, más aún, para transformar la realidad no alcanza con la determinación ni con la disposición a confrontar.

La negociación y las concesiones hechas (muchas) fueron clave para avanzar con esas iniciativas que vienen tropezando desde hace un trimestre y consagraron el récord de ser el primer gobierno desde 1983 que en casi cinco meses no logró la aprobación de ninguna ley propia. Antenoche Milei admitió haber comprobado y aprendido que la realidad impone restricciones y que el purismo no sobrevive a la gestión. No es poco.

También el Presidente pudo constatar en estos días que los ecos de la autocelebratoria cadena presidencial del lunes pasado quedaron silenciados demasiado rápido por la monumental manifestación que le sucedió al día siguiente en las principales ciudades del país en defensa de la universidad pública, acosada por el ajuste del Gobierno.

No solo fueron cientos y cientos de miles los que se movilizaron en toda la geografía nacional, sino que se caracterizaron por una diversidad que no se reunía por un mismo reclamo desde hace demasiado tiempo. Además, impusieron su temática en el universo mediático y en las redes sociales, para romper con el dominio de la agenda pública que, con notable aptitud, venían imponiendo el Presidente, su equipo de comunicación y su ejército digital.

La monumental cantidad de manifestantes resultó potenciada por los aspectos cualitativos de ese acontecimiento político, que fue producto de un grave error de diagnóstico e incapacidad de previsión del Gobierno. El Presidente buscó salir de él poniendo el foco en la cuestionada (o deslegitimada) dirigencia política que se sumó a la marcha, pero que no pudo liderarla ni capitalizarla. A ellos también los excedió, pero estaban ahí y no enfrente, como Milei siguió ubicándose aún después de producida. El blindaje popular tuvo una primer fisura. Ni más, ni menos que eso.

El excéntrico discurso (por las formas y el fondo) que Milei brindó el miércoles por la noche en la abarrotada cena anual de la Fundación Libertad dejó a las claras ese posicionamiento de Milei respecto de la movilización contra el recorte del presupuesto universitario, así como oficio de oportunidad para retomar la promoción de los logros financieros del primer trimestre que los manifestantes opacaron. También la reunión sirvió para remarcar el rumbo y, sobre todo, para descalificar a los críticos (o los escépticos) de su gestión y de los resultados alcanzados y por alcanzar. La construcción de enemigos parece infinita en el caso de Milei.

Clase, juicio y show

Desde el atril destrató, desmereció, parodió y se burló de sus colegas economistas, así como volvió a arremeter indiscriminadamente contra los políticos en un discurso que osciló entre una pretensión de clase de economía (desde sus rudimentos hasta abstracciones complejas) y un show unipersonal. Inclusive, le dedicó una elíptica pero obvia crítica a Mauricio Macri por haber forzado a fines de 2017 la salida del Banco Central de su ahora superasesor, Federico Sturzenegger. No obstante, antes había elogiado a Macri y luego de hablar lo abrazó al grito de “¡Hola, Presi”. Como si disociara los conceptos que usa de los sujetos concretos a los que se refiere.

Tan singular fue su primera presentación estelar en la cumbre social de los liberales argentinos que algunos de los presentes, mayoritariamente identificados con ese ideario, llegaron a preguntarse si estaban ante un presidente (exótico), un profesor de economía (histriónico) o ante una magnífica imitación de Milei hecha por su expareja Fátima Florez.

El Presidente nunca deja de sorprender. Al término del extenso discurso y mientras los comensales arremetían con el demorado primer plano, cuando ya habían transcurrido tres horas y media del momento al que habían sido convocados, los comentarios iban del elogio a la determinación y la convicción presidencial hasta algunas demandas por la falta de enunciación del futuro en términos concretos más allá de la promesa de que a fin de año la inflación mensual estará por debajo del cinco por ciento. Muchos de los economistas y políticos presentes, en cambio, no ocultaban su incomodidad o fastidio. La fascinación de los demás competía con la perplejidad, el asombro y algún dejo de inquietud o incomodidad. Los aplausos resultaron un fiel reflejo de esa mixtura de sensaciones. Pocas veces fueron estruendosos.

“Tal vez sólo alguien muy particular y tan excéntrico como Milei pueda lograr como presidente lo que la Argentina necesita desde hace tantos años para terminar con la decadencia y volver a la prosperidad que todos los anteriores presidentes no lograron o, directamente arruinaron”, explicaba, se esperanzaba o se justificaba el titular de una institución bursátil, que antes del discurso tenía más expectativas que prevenciones. Coincidieron con él muchos otros empresarios presentes. Milei ya ha dicho que lo que diferencia a un loco de un genio es el éxito (o el fracaso). Todo depende de los resultados.

La extensa lección con la que Milei cerró los discursos había sido precedida por las palabras del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, de Macri, del exjefe de gobierno de España José María Aznar y del expresidente Bolivia Jorge Quiroga. Los cuatro tuvieron expresiones que contrastaron con las formas y con algunos conceptos del orden político y relacional de Milei. Si además de expresar sus posiciones intentaron colaborar con la educación de un presidente novel habrán advertido que, al menos anoche, todavía no había incorporado sus aportes. Si es que no los había rechazado, después de haberlos escuchado entre bambalinas. Como el rockstar que le gusta seguir siendo.

Los números fiscales positivos del primer trimestre destacados por Milei hace cuatro días son un hito así como una foto del pasado que empieza a tener su gestión y sobre los que pretende construir un futuro, cuyas formas aún resultan borrosas. El Gobierno debe competir no solo contra sus adversarios, sino que empieza a tener sus propios resultados para que se lo evalúe.

La recreación de expectativas sostenida por la desaceleración inflacionaria, el superávit fiscal y la consecuente recesión ya conviven con la demanda de un horizonte más preciso respecto de la recuperación y las políticas por adoptar con ese fin, que formulan hasta los sectores más identificados con el rumbo fijado por el Presidente.

Ese escenario en gran medida favorable para el Gobierno, coexiste con los reclamos y protestas que empiezan a expresarse públicamente por las consecuencias negativas del ajuste sobre diversas áreas de la sociedad, la economía y el trabajo, a los que procuran montarse, por sin éxito, los sectores y dirigentes más reactivos al proyecto oficialista.

Milei y su equipo de cracks, como él los denomina, todavía no les despejaron las incógnitas que les dejaron los primeros meses de la presidencia Milei a aquellos que adhieren, pero esperan señales más claras, sobre todo para el segundo semestre, respecto de medidas en el plano financiero y productivo, como de la capacidad de gestión para operativizarlas y concretarlas. La gobernanza empieza a preocupar más (o antes) que la gobernabilidad.

Oposición en cuarentena

La movilización del martes pasado fisuró, además, las restricciones para opinar que impone a los escépticos o los críticos una alta popularidad de los presidentes. Más en los comienzos de una gestión. La espiral de silencio puede haber empezado a desenrollarse.

Sin embargo, las precoces reacciones de algunos opositores pueden pecar de extemporáneas y costarles caro. Para Milei la mayoría de ellos todavía son adversarios ideales. Las encuestas muestran unánimemente que el Presidente y algunos de sus ministros son los únicos que gozan de imagen positiva neta.

La reaparición pública de Cristina Kirchner en el bastión camporista de Quilmes, al lado de la intendenta Mayra Mendoza, prevista para este sábado, puede ser un examen interesante. Obviamente, no se esperan tropiezos en tierra quilmeña, pero habrá que ver qué eco general tienen su salida a la luz y sus palabras.

Lo que está claro es que no puede ser considerada una demostración de fortaleza, sino una admisión de retroceso de su poder, incluso dentro del espacio que ella y Néstor Kirchner crearon. Si bien su figura sigue siendo incuestionable en ese universo, su conducción empieza a ser objeto de cuestionamientos públicos, como lo expresó Andrés Larroque, el exlíder camporista y actual ministro bonaerense. En realidad, lo que está en disputa es su herencia.

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Axel Kicillof y Máximo Kirchner representan dos ramas en conflicto de una misma familia y la madre política del primero y biológica del segundo intenta actuar un equilibrio en el que pocos creen. La sangre tira. Recientes interlocutores han escuchado alguna crítica hacia Máximo por la forma de hacer política, entre muchos elogios. Pero también han advertido que expresiones aparentemente comprensivas referidas a Kicillof parecían conllevar una crítica. “Axel no es político” o “Axel no viene de la política”, ha repetido. Para los estándares de Cristina Kirchner esos calificativos no parecen elogios.

El tratamiento en el Congreso de los proyectos del Gobierno que acaban de aprobarse en comisión prometen, además, abrir otras grietas en el peronismo. Pero también en el radicalismo.

Aunque el blindaje popular y la confianza de los factores de poder económico de los que goza Milei puedan haber experimentado algún rayón esta semana, nadie parece en condiciones de capitalizarlo. Pero la realidad es muy dinámica., Son las lecciones presidenciales de la semana. El segundo semestre empieza a estar más cerca.